En un bar de Salamanca de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que bebía un hidalgo de los de grita al camarero, cerveza fría, hielo en vaso y joputa el perdedor. Una jarra de algo más agua que Pampero, botellón las más noches, hielos y copazos los sábados, litronas los viernes, algún bocadillo de fritura los domingos, consumían las tres partes de su billetera. El resto de la peña bebían por amor al arte, cachis de vermout para las fiestas, con sus chupitos de lo mismo, y los días de entresemana se tiraba en su jardín bebiendo vino. Tenía en su casa una fulana que pasaba de la fiesta, y una vecina que no llegaba a los veinte, y un mozo de vaso y jarra que así vomitaba cuando se agarraba la pedalera. Parecía la edad de nuestro hígado de unos cincuenta años. Era de costumbres bebercias, seco de bares, ahogado de etanol, gran mañaneador y amigo de la farra. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Pijada», o «Pesada», que en esto hay alguna diferencia en los licores que deste caso se beben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Tijuana». Pero esto poco importa a nuestro cuento, basta con que el garrafón de los bares no se salga un punto de la barra del bar.

Es, pues, de saber que de este sobredicho hidalgo, los ratos que uno estaba resacoso —que eran los más del año— se daba a beber vino en cervecerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la farra y aún la administración de su cartera; y llegó a tanto su sobriedad y desatino en esto, que vendió muchas chivatas de hierba de sembradura para comprar litros de cervezas en que beber, y, así, llevó a su casa todas cuantos pudo ver frescas; y, de todas, ningunas le parecían tan bien como las que cultivó el famoso Francisko de Paulaner, porque la claridad de su espuma y aquellas tostadas ideas suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a beber aquellos chupitos de Cruzcampo, donde en muchas de ellas había escrito: «Los altos pedos que de vuestra hebriedad divinamente con la Cruzcampo os fortifican y os hacen merecedora del gustillo que produce la Mahou 5 estrellas...»

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