3 de mayo de 2008.- Ni Angela Merkel ni Nicolas Sarkozy, ni Javier Solana ni José Manuel Durão Barroso. La figura más poderosa de la UE está en la sombra, a menudo poco reconocida por el público, aunque muy bien pagada, y es inflexible ante cualquier decisión política, venga de dónde venga: el traductor. Con un rango similar al de un juez y absoluta independencia dentro de las instituciones comunitarias, traslada a las 23 lenguas oficiales de la Unión todos los documentos aprobados por los Veintisiete –los informales, de trabajo, se encuentran en inglés, francés y alemán- en riguroso orden de entrada y no hay nada, ni nadie, que pueda alterar su calendario.
Tras varias sesiones de traducción individual y colectiva, y debates en caso de controversia sobre cada palabra, todos los textos quedan, por fin, en búlgaro, en checo, en danés, en alemán, en estonio, en griego, en español, en francés, en gaélico, en italiano, en letón, en lituano, en húngaro, en maltés, en holandés, en polaco, en portugués, en rumano, en eslovaco, en esloveno, en finés, en sueco... y en inglés, el idioma en que, muy probablemente, estaba el documento desde el principio. Hasta que esto no sucede, no hay pacto, con o sin prisas, que sea aceptable.
Bosnia-Herzegovina estaba preparada para firmar su Acuerdo de Estabilización y Asociación –el preludio a la entrada en la UE- en abril, la Comisión Europea había concluido su informe positivo, los 27 ministros de Exteriores habían dado su "sí" y Eslovenia, presidente de turno de la UE y colega de los bosnios en la resistencia anti-serbia, estaba encantada de ser la anfitriona. Pero el documento no estaba traducido a todas las lenguas oficiales y, pese a la cólera del ministro de Exteriores esloveno, los traductores se negaron a acelerar su estricto orden de trabajo.
Nada ni nadie mueve a estos funcionarios que consideran su labor sagrada y rechazan cambios de agenda o cualquier jerarquía en lo que les toca traducir. No importa que los eslovenos clamen que todo es una maniobra de la presidencia francesa para que el acuerdo con Bosnia se cierre en su turno al frente de la UE, el próximo semestre, o que los bosnios se revuelvan por la humillación de que Serbia haya rubricado antes que ellos.
El próximo día 16, los bosnios firmarán, con el permiso de los traductores, su acuerdo en Luxemburgo ante los ministros de Exteriores de la UE, un paso más para añadir otra lengua adicional a la cacofónica Unión, donde los papeles hablan cada vez más idiomas y los políticos, periodistas e invitados cada vez más uno. Un ex alto cargo de la UE confesaba una vez, en contra de sus propias declaraciones públicas, que el multilingüismo por decreto es el ejercicio de mayor "derroche" e "ineficacia" cometido a diario en Bruselas.
Y, tal vez, el sueño inconfesable hasta del fornido equipo de traducción e interpretación bruselense sea, después de todo, que la Babel comunitaria se funda en una sola lengua. Al menos, a juzgar por El intérprete, una novela de Diego Marani, veterano traductor italiano del Consejo de la UE, que relata cómo un funcionario intenta descubrir una lengua universal para acabar con las traducciones. El políglota y experimentado Marani escribe: "Las lenguas son como el cepillo de dientes: cada uno tendría que meterse en la boca sólo el suyo. Es una cuestión de higiene, de buena educación".
Pregunta personal:
¿Os planteais cuando leeis libros la labor del traductor?
Fuente: El mundo
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