Hace poco conseguí conocerme un poco más. Iba en el autobús y había un grupo de chavales de 16 años que montaba escándalo en la parte trasera. Yo, siguiendo mi doctrina pacifista, subí el volumen de la música y pasé a ignorar el ruido. Aunque reconozco que de vez en cuando pausaba la canción cuando sospechaba que podían estar hablando de mí.
Y entonces, pensé en cómo debía actuar si así fuera. ¿Me haría el sordo o iría a pegarles cuatro voces?. Normalmente optaría por lo primero, pero como esta vez les superaba en tamaño y después de todo no eran más que niñatos, habría ido a por ellos. Tras pensarlo un buen rato. Un buen rato.
Después mi mente fue más allá. ¿Y si se burlaran de una persona con discapacidad? ¿Qué harías? --Me pregunté. Sin pensarlo dos veces, me contesté que iría directo a por los atacantes, ya fuesen grandes o pequeños. Me sorprendí de esta muestra de determinación y valor personal, que tanto me hace falta en otras situaciones, y descubrí que no soy tan cobarde como yo creía que era.
Satisfecho con el fruto del trance en el que llevaba 5 minutos inmerso, traté de titular este descubrimiento personal, y resumirlo en una frase -con cierto toque poético-.
Mi egoísmo es tan patéticamente escaso que me causa un altruísmo plenamente insensato.
Publicar un comentario