Ayer fue un sábado como otro cualquiera. Salí de fiesta y vacié unos cuantos vasos por la uretra. En un momento de la refriega me ofrecí a pagar el siguiente de aquellos, gesto que fue impedido por un compañero de andanzas, quien insistió en convidarme con una fresca cerveza. Me guardé la cartera, y tragué cómodamente mi premio.
La manía que tengo de revisar mis pertenencias con frecuencia me sirvió para darme cuenta antes de lo previsto de que me faltaba la cartera. Alguien había metido la mano entre mi culo y la costura del bolsillo y se la había llevado. Busqué por todo el suelo del bar, pregunté a un grupo sospechoso. Me exigieron modales, palabra que no oía desde que vi Los Aristogatos, pero yo les inquiría en que sólo quería mi dichosa cartera.
En ese momento volaron hacia mi mente imágenes pertenecientes a las mejores películas de violencia, y supe cómo habrían actuado mis héroes italianos favoritos. Me vi a mí mismo sacando del bar a uno cualquiera y golpeándole en la cara hasta que las pocas palabras que balbuceara las pronunciara entre gárgaras de sangre.
Sin embargo, me quedé 10 minutos simplemente al lado suyo, sosteniendo miradas que bien me podrían haber valido un tortazo. Reconozco que tuve momentos de alegría y humor personal, pues mi D.N.I. caducaba el 9 de febrero de este mismo año. Tampoco lo sentía por el dinero, pues eran unos vulgares 5€ (que por otra parte era el presupuesto que tenía para el resto de la noche, así que tenían un valor más bien sentimental).
Asumí la pérdida y encendieron las luces del bar. Me despedí de forma impertinente del presunto y redundante sospechoso haciendo nuevos votos para el tortazo. Me encomendé a una deidad que me acababa de inventar y oré para que mi abrigo no hubiera desaparecido. Aunque finalmente estaba en su sitio.
Bien amigos, pues fue en el momento en que crucé la puerta del antro cuando sentí que en el mal llamado bolsillo secreto de la prenda que me cubría existía un bulto de dimensiones conocidas.
Como os imaginaréis, lo siguiente que hice fue pedir a mis preocupadas amistades que uno a uno me fueran dando collejas en la nuca lo más fuerte que su conciencia les permitiera. Tras 15 minutos de calor en el cuello, consideré oportuno dejar de flagelarme mentalmente cuando alcancé en insultos a la decimosegunda ascensión de mi familia.
A los pocos segundos de haber alcanzado tal límite, decidí irme a casa tragando felicidad y amargura. Por una parte me encontraba obviamente satisfecho por encontrar la cartera. Sin embargo, decidme, ¿qué opciones me quedaban al enterarme de el cabrón malnacido que me había robado la cartera era yo mismo?
En definitiva, puede que la sociedad te persiga con sus estupideces, pero plantéate si eres tú el que la da de comer.
Yo me lo voy a hacer mirar.
Pues sí, es pa' darte...
En cualquier caso, la próxima vez que te roben (de verdad, digo) o intenten pegarte y necesites a la policía, grita: ¡Estos tíos tienen marihuana! No sé por qué, pero es mucho más efectivo que decir que te están matando.
Jajaja igual si grito eso viene media calle a pillar antes que los policías a ayudar... pero se acepta la sugerencia ;)
Un saludo.
Tú tomando cañas y yo estudiando, lo que hay que ver
Todo el mundo sabe que Salamanca es un mal sitio para salir por la noche: la ciudad crea dobles personalidades de uno mismo, y, en ese universo paralelo, te roban la cartera.
Ese recuerdo de todas las películas violentas también lo tengo yo amenudo, sobre todo en clase, xD.